¡Que no cunda el pánico!
Por Lic. en Psicología Melisa Montenegro
La vida va rápido, a veces tan rápido que no nos da tiempo para detenernos a entender, a dar significado, a ponerle un nombre a eso que nos acaba de pasar. El imperativo de la época, «estar siempre bien», no admite los tiempos necesarios para registrar las emociones que nos atraviesan. Sentarnos a llorar, hablar de lo que nos pasa, habitar la angustia que nos oprime el pecho, son dejados de lado, porque tenemos que seguir. Así, los duelos se acortan y los acontecimientos se agolpan sin que lleguemos a reconocer cómo nos sentimos… hay que pasar de página, seguir adelante.
De pronto, un día cualquiera, a la hora de ir a hacer un trámite o mientras esperamos el ómnibus, empiezan las palpitaciones, el ahogo, la opresión en el pecho, la sudoración, la convicción de la muerte… Es un ataque de pánico. Se vive como un episodio agudo que puede durar entre 15 a 30 minutos, sin poder localizar un episodio externo que lo desencadene. Se genera terror porque se siente el cuerpo fuera de control. En otro tiempo, Freud lo llamó ataque de angustia y es que un estallido de angustia acumulada deja a la persona en un estado de indefensión e incapacidad para explicar lo que le pasa, en un momento que parece durar una eternidad. Y allí van todas esas angustias silenciosas, acumuladas bajo la apariencia de que todo va bien, buscando salir tarde o temprano.
Quizás nos toque acompañar a alguien que lo está atravesando (quizás lo hemos experimentado nosotros mismos), en ese caso podemos sostener desde nuestra presencia firme y consistente, buscar ayuda de un profesional de la salud mental, realizar la necesaria consulta médica para descartar algo orgánico. Hay que tener en cuenta que este estallido de angustia impacta directamente sobre el cuerpo, por lo que no es el momento para profundizar desde lo psíquico, eso vendrá después. Aun así, si sabemos que estamos ante la presencia de un ataque de pánico, decirle a la persona que «no se va a morir», que está ante un ataque de pánico y que su historia no se reduce solo a ese momento puede ayudar a calmarle.
Ante la aparición de los ataques de pánico, es importante la consulta temprana —además de tener en cuenta la sintomatología orgánica y la necesidad de una interconsulta médica de ser necesarios. Muchas veces las personas se automedican o desarrollan conductas evitativas para impedir nuevos ataques de pánico, promoviendo aislamiento o dependencia de ansiolíticos capaces de autoengendrar nuevos ataques en el futuro, generando un círculo de padecimiento que parece no tener fin. Hallar las causas psíquicas que lo provocaron en primera instancia, acceder a un proceso terapéutico, es un camino que trae alivio y nos devuelve la posibilidad de historizar nuestro cuerpo y nuestro dolor, en vez de taparlo y evadirlo.
Un filósofo que analiza los tiempos actuales, Byung-Chul Han, en su libro El aroma del tiempo (2015) señala que la aceleración [de nuestra percepción del tiempo] «conlleva un empobrecimiento semántico del mundo. El tiempo y el espacio ya no tienen demasiada importancia».
¿Cómo devolverle el aroma al camino? Quizás aventurándonos a poner una pausa a las exigencias de nuestra cultura híperproductivista; tal vez dando a los acontecimientos cotidianos —grandes y pequeños— el espacio y tiempo necesarios para que nos transformen junto con ellos. A lo mejor, escuchando más a nuestro cuerpo, nuestras necesidades y nuestra propia sabiduría, para dejar de ser turistas de nuestra vida, y construir, más lentamente, un bienestar que no se compra ni se consigue en lo inmediato. Admitir el dolor, la ambigüedad, soltar las expectativas de estar bien todo el tiempo; y así reconectar con ese camino real, y con las herramientas que tenemos para hacer frente a sus vicisitudes.
Fuentes
Baraldi, C. (19.9.2023): Conferencia «¿Por qué hay cada vez más ataques de pánico? Intervenciones clínicas». Institución Fernando Ulloa.
Han, B. C. (2015): El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse. Herder.