El duelo evolutivo: ¿Qué es?
A lo largo de la vida nos enfrentamos a muchos duelos. Los más difíciles suelen darse en relación con la pérdida física de un ser querido. Pero hay otros tipos de pérdidas, no siempre relacionados con la muerte física, que suponen una vivencia de separación tan intensa, que también necesitan ser elaboradas mediante el duelo cuando nos toca transitarlas.
Muchas de estas pérdidas afectivas no suceden «afuera», sino dentro de nosotros mismos, y son producidas durante nuestra evolución normal. Son pérdidas «internas», que no siempre reconocemos con facilidad, por ejemplo cambios psíquicos, transformaciones en la percepción de nuestro cuerpo y autoimagen, acceso a nuevos estadios de nuestra mente, y alejamiento de antiguas etapas del desarrollo.
Estos cambios tienen lugar en todas las edades de la vida. Por ejemplo, en la niñez, ocurren con el destete, por situaciones normales de distanciamiento o de separación con respecto al hogar y a las figuras familiares, así como por el descubrimiento de realidades dolorosas. En la adolescencia, estas pérdidas ocurren por crisis de identidad, de crecimiento y autoestima; por el acceso a nuevos niveles de pensamiento, por ejemplo, la abstracción, trascendencia y muerte. En la etapa de menopausia, los principales cambios son: cambios en el atractivo físico y la pérdida de la capacidad de engendrar. Mientras que en la jubilación y la vejez se experimenta la pérdida de la autoridad, del prestigio y de la posición profesional, disminución de la capacidad económica, además del declive de la memoria y de algunas facultades físicas e intelectuales. Algunos profesionales opinan que los duelos luego de un divorcio pueden ser tan dolorosos como los duelos tras una muerte. La pérdida de una relación amorosa, las canas, la calvicie, la salud, son otras pérdidas con las que a muchos nos tocará lidiar en algún momento de nuestras vidas.
Estas pérdidas tienen el efecto de hacernos más conscientes de nuestra propia finitud, nuestros límites y fragilidad, por lo tanto, ante ellas, necesitamos realizar el duelo correspondiente. A través del trabajo de duelo, con sus etapas y el dolor que conlleva, logramos resignificar y dar sentido a esas pérdidas. Así podemos adaptarnos nuevamente a una realidad que ha cambiado y que ya no volverá a ser la misma. En el duelo no se recomiendan los ansiolíticos, ni la medicación, estos solo agravan y posponen la elaboración del duelo. Por el contrario, es necesario darle rienda suelta a la aflicción, porque es así como se puede elaborar el duelo de una forma natural y adecuada.
A. Gala escribía que: «la vida está llena de muertes, pero también la muerte está llena de vida, y es aquella la que más nos impulsa a vivir, a seguir vivos».
Las pérdidas son inherentes a nuestra vida y evolución. Permitirnos duelar, tomarnos el tiempo para hacerlo, por más difícil y doloroso que resulte, nos ayuda a darle pleno valor y significado a aquello que nos toca dejar ir, a su vez que aceptar una realidad cambiante, para así aprender a vivir dando lugar a lo nuevo, abrazando y atesorando todo lo ya vivido.