Ritual de San Juan con papas
Una tradición andina para conectar con la Tierra y escuchar lo que viene
Cada 23 de junio, en vísperas de la festividad de San Juan, miles de personas en toda América Latina se reúnen alrededor del fuego, la música y los buenos deseos. Es una noche marcada por lo simbólico: se celebra el solsticio de invierno en el hemisferio sur y se honra la renovación, los ciclos de la naturaleza, y también los de la vida interior.
Entre los múltiples rituales que se realizan —como escribir un deseo y quemarlo en la fogata o saltar las llamas para dejar atrás lo que ya no sirve— existe una práctica ancestral y sencilla que ha perdurado a través del tiempo, especialmente en zonas andinas: el ritual de las papas.
Se trata de un acto simbólico que nos invita a mirar hacia adentro, a preguntarnos cómo estamos y cómo queremos transitar el año que comienza con este nuevo ciclo solar. Para realizarlo, solo necesitás tres papas:
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Una completamente pelada
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Una a medio pelar
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Una sin pelar
En la noche del 23 de junio, justo antes de dormir, colocás estas tres papas debajo de tu cama, sin un orden específico. A medianoche —o al despertar, si preferís— metés la mano sin mirar y sacás una al azar.
La papa que saques es una especie de "mensaje" de la Tierra, una guía simbólica sobre el estado de tu energía o lo que podés esperar del año que viene:
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Papa pelada: simboliza un período de escasez o cuidado. Es un llamado a la prudencia, a sembrar con conciencia, a no derrochar energías ni recursos.
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Papa a medio pelar: representa un año de transición, con momentos buenos y otros más desafiantes. Un camino con claroscuros que invita al aprendizaje y al equilibrio.
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Papa sin pelar: es augurio de abundancia, firmeza y buenas cosechas en lo económico, lo emocional o espiritual. Una señal de fortaleza y sostén.
Aunque puede parecer un gesto lúdico, este ritual está cargado de sabiduría ancestral. En la cosmovisión andina, la papa no es solo un alimento: es símbolo de la tierra fértil, del sustento y del vínculo con Pachamama.
Realizar este ritual no se trata de “predecir el futuro”, sino de abrirse a la escucha, a la reflexión y al deseo de reconectar con los ciclos naturales. Hacerlo con respeto, en calma, tal vez acompañado de una vela o una breve meditación, puede transformar este sencillo gesto en un momento íntimo de gratitud y dirección interior.
San Juan es también eso: una pausa en el año para agradecer, para cerrar lo que ya fue y darle espacio a lo nuevo.